miércoles, 9 de diciembre de 2015

Jean Giraud, Moebius y mi amigo Rafa.


Hasta que fui resolviendo dudas espirituales y desprendiéndome de programaciones mentales innecesarias, el ritual de cada domingo cuando tenía 11 años consistía en dar un paseo con el grupillo de amigos de mi calle después de la obligada misa de media mañana, ver las carteleras de los cines y decidir si la asignación semanal iría a parar a “tebeos”, cromos o a la sesión de cine de la tarde. Todo no se podía.

Una de esas mañanas, en Febrero del 68, se unieron al grupo un par de compañeros de mi colegio, fue algo puntual que nunca se volvió a repetir;  nuestros barrios quedaban separados y, sin saberlo nosotros, nuestros estratos sociales también. Uno de los dos era mi amigo Rafa, habitualmente simpático, abierto y un poco alocado, ese día se mostraba además como la versión corregida y aumentada de sí mismo y, para ganarse las simpatías del grupo, se empeñó en invitarnos a todos pagando lo que nos apeteciera del primer “puesto” que encontramos a nuestro paso.

Los “puestos”, de madera pintada, se ponían y quitaban en la calle a diario y se transportaban a mano gracias a un par de ruedas adosadas a ellos. Básicamente eran una gran caja con departamentos a la vista llenos de canicas, chucherías, cromos, peonzas y otros pequeños juguetes, todo cubierto con una tapa móvil de cristal. En una cuerda atada a dos pequeños mástiles y cogidos con pinzas de madera, se colgaban los “tebeos”. 

La invitación generó la sorpresa de todos y alguna tibia negativa, pero finalmente los bolsillos de mis amigos se fueron llenando de caramelos, barras de regaliz y otras golosinas. Semejante gasto suponía más de mi presupuesto de varias semanas y me negué a que me comprara nada, no sólo porque veía algo raro en todo aquello sino también, y muy importante, porque intuía cual sería la reacción de mi padre si se enteraba del asunto. No obstante, Rafa insistió varias veces y yo, que desde hacía un rato no dejaba de mirar un “tebeo” colgado de su pinza, acabé sucumbiendo a la tentación y pregunté si ese podía ser mi regalo. De esa forma el primer número de la revista Bravo acabó en mis manos.

revista Bravo. nº 1. Febrero-1968


Como suponía, en aquel derroche de dinero había algo más. Rafa había roto de tapadillo la hucha de sus ahorros y dilapidado su contenido. Sus padres se enteraron y se enfadaron con él. Mi padre, que también se enteró, se enfadó conmigo y yo me vi obligado a devolver el “tebeo” o el dinero que había costado (5 pesetas), naturalmente ofrecí el dinero que, por otra parte, no fue aceptado en casa de Rafa.

En cualquier caso, aquella mañana de domingo mi amigo puso en mis manos una revista que me abría nuevos horizontes visuales en cuanto a formas de dibujar y colorear y tomé contacto con algo que desconocía por completo hasta ese momento, los “tebeos” franceses, B.D. , la bande dessineé, así que todas las molestias que vinieron después las di por buenas a cambio de conocer aquel material gráfico que yo ni soñaba que existiera.

La editorial Bruguera había apostado con Bravo por un formato de publicación de aventuras y corte realista más que de humor. En ella, además de material autóctono, se incluían series francesas con un tratamiento del color que para mí resultó ser una maravillosa novedad. Allí descubrí el portentoso dibujo de Uderzo en su serie de aviación Michel Tanguy y, sobre todo, un western del que  me enamoré a primera vista, con un estupendo dibujo cargado de detalles, una fabulosa ambientación y un tratamiento del color (mejor que el de algunas reediciones posteriores) que junto a su magnífico guión y perfecta narrativa formaban una historia que te enganchaba desde la primera página, se trataba de Fort Navajo, la primera aventura del teniente Blueberry, hoy una de las sagas de western más importantes, sino la que más, en la historia de los cómics, con guión de Jean Michel Charlier  y dibujos del gran Jean Giraud, Gir.

Fort Navajo (Charlier y Giraud) - página 1- nace Blueberry


A partir de entonces, durante los 2 años siguientes que duró la revista, cada domingo me acerqué a kioscos y “puestos” de “tebeos” buscando mi ejemplar de Bravo, y al final, cuando ya decaía la publicación, lo hacía sólo por el trabajo de Gir.  

Años después encontré, y adquirí, nuevas entregas en la revista “Mortadelo” y finalmente, ya adulto, compré todos los albumes de la serie que Grijalbo, primero y Norma, después, fueron publicando.

Blueberry por Gir


Para entonces ya había descubierto la otra versión del trabajo de Gir, firmando como Moebius, con su personal grafismo, sus historias fantásticas y surrealistas, su particular visión de “la realidad” desde el otro lado del velo y su monumental obra, inmensa en calidad y cantidad, que revolucionó el cómic e influyó en un gran número de artistas, tanto dibujantes como diseñadores y directores de cine.

Obras como El Garaje Hermético o El Incal, que junto a Blueberry han quedado como clásicos y referentes en la historia de los cómics.

Moebius


Finalmente, siguiendo la tónica que va tomando el blog y más allá de mi anécdota personal, que muestra las razones de mis preferencias, os dejo como cada miércoles un contenido extra disponible durante esta semana, en este caso una carpeta de imágenes recopiladas de Internet. También varios enlaces a otros blogs con artículos sobre Giraud-Moebius que ayudan con su trabajo a que se conozca un poco más la obra de este genio y por último mi consejo de que sigáis buscando más información sobre él, no os arrepentiréis.

De momento disfrutad con esto.

Hasta la próxima.


Enlaces:




Carpeta con dibujos de Giraud-Moebius   (disponible hasta el miércoles 16-Dic-2015)




Moebius


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